El fin de semana termina distinto. Mi madre me llama con un tono que arrastra tristeza. Me dice que acaba de morir mi abuela. La madre de mi padre. Hace apenas unos minutos.
Intento acompañarla en su pena, pero no me sale. No hay nostalgia en mi voz. Solo una pausa incómoda. Mi madre, con esa culpa que mezcla reproche y dolor, me acusa de haber sido duro. Me recuerda que nunca la visité en su enfermedad. Que no supe perdonar. Tal vez se refiere a que no le perdoné haber amparado las ausencias de su hijo. Su silencio cómplice. Su aval a una hombría descompuesta que me marcó desde niño.
Ella sabe que estuve al tanto. Sabía de su estado terminal. Y, como lo hizo mi padre con mi infancia, respondí con distancia. Mandé dinero. Frío, insuficiente. Un intento mediocre de compensar una ausencia más profunda.
—No tengo nada que perdonar. Solo no he tenido tiempo —le respondo.
Ella no insiste. Solo dice que ya cumplió con avisarme. Y cuelga.
Cuando la llamada termina, la ansiedad aparece sin ceremonias. Pensar demasiado siempre ha sido parte de mí. Y mientras escribo estas líneas —no sé si para justificarme o calmarme— reconozco que lo que siento, aunque tarde, es pena. De esa que aprieta, pero no llora.
Nunca tuve vínculo real con mi familia paterna. Los recuerdos que guardo son escasos y opacos. Todos terminan hablando mal de él. Tal vez mi abuela no debía cargar con lo que su hijo fue, pero tampoco intentó otra cosa. Nunca me sentí parte de ese núcleo, aunque lleve su apellido. Aunque sea el primogénito que nunca encajó. Aunque su orgullo machista me señale desde antes de nacer.
No tengo nada que perdonar.
Te perdono, abuela. Lo hice hace tiempo.
Mañana iré. Hablaremos de todo. Menos de él.
Promedio: 5
El fin de semana termina distinto. Mi madre me llama con un tono que arrastra tristeza. Me dice que acaba de morir mi abuela. La madre de mi padre. Hace apenas unos minutos. Intento acompañarla en su pena, pero no me sale. No hay nostalgia en mi voz. Solo una pausa incómoda. Mi madre, con esa culpa que mezcla reproche y dolor, me acusa de haber sido duro. Me recuerda que nunca la visité en su enfermedad. Que no supe…