Última carga

Otro sábado en el mismo bar donde los fracasos se sirven sin hielo. Jim encendió su vaporizador sabiendo que esa era la última carga de batería antes de su próxima derrota. La música —esa vieja compañera de la melancolía— flotaba desde una rockola oxidada, salpicando de recuerdos el ambiente rancio.

Fue allí cuando la vio: una sombra con ojos tristes y labios rojo carmesí. Sentada al final de la barra, parecía una nota disonante en una canción rota. Su mirada cargaba tiempo, y sus labios secretos que Jim intuía sin haber sido invitado.

—¿Un trago para los perdedores? —dijo Jim, con una media sonrisa que apenas lograba ocultar su cansancio.

Ella lo miró, entre avergonzada y divertida, y con una risa afilada lo mandó a recoger su dignidad.

Jim, desarmado, pero no vencido, rio con ella.

—La dignidad es un lujo de los que no se han equivocado. ¿Te parezco alguien que tenga ese privilegio? No. Solo vengo por mi ración de desilusión o algo más entretenido que estar en el rincón de esa mesa.

Intrigada, ella soltó su pose de desdén y compartió una risa cínica. La música cambió de pronto, como si la noche hubiese entendido el chiste y se burlara también.

Desde un rincón mal iluminado, dos sombras conversaban de todo menos de sí mismas. Porque en noches así, la verdad está sobrevalorada.

Jim, con un vaso en la mano y el vaporizador muerto en el bolsillo, jugó con aquella mujer un ajedrez de ironías y sarcasmos. Reían, no porque fueran felices, sino porque reír era más barato que romperse.

Las carcajadas rebotaban en el bar como ecos de resistencia. Y la rockola, ahora más cómplice que máquina, seguía sonando con canciones que se avergüenzan de los sueños rotos y de los amores vencidos por puntos.

Promedio: 5

Scroll al inicio